A pesar de la cierta relajación que el final de año está brindando a los incrementos de precios de venta de vivienda y a los alquileres, con los incrementos de estos últimos en “tan solo” un 9,3% frente al 18,4% de subida que experimentaron en el 2017, lo cierto es que el esfuerzo para comprar o alquilar una vivienda continúa aumentando.

De acuerdo a los datos del Instituto Nacional de Estadística destinamos una media del 17,2% de los ingresos familiares brutos para afrontar el primer año de hipoteca. Con una hipoteca media de 121.737 euros, el pago de la cuota hipotecaria supone un desembolso medio de 564 euros, es decir, 7,6 años de sueldo como media. Situación que puede seguir empeorando con el incremento del precio de la vivienda y el encarecimiento del dinero y de los intereses bancarios que ya se vislumbra.

Pero como estas cifras son datos medios, encontramos que el esfuerzo financiero que relaciona rentas familiares con el importe medio de las hipotecas, experimenta grandes diferencias geográficas.  Así, Islas Baleares, donde se destina un 23,5% de los ingresos para una hipoteca media de 175.051 euros, Málaga (22,2%) y Barcelona (18,2%) son las provincias que realizan un mayor esfuerzo financiero, frente a las provincias de Soria, Castellón y Palencia (algo más del 12 %).

Pero además, hay que tener en cuenta que para adquirir una vivienda media, de unos 150.000 euros, es necesario disponer de unos 50.000 euros ahorrados, lo que está resultando cada vez más imposible a una gran parte de los españoles inmersos en una rueda de sueldos bajos y trabajos precarios.

En las capitales la diferencia aún es mayor y encontramos como paradigma los casos de Madrid y Barcelona que con 26,9% y el 27,8%, respectivamente, representan un nivel de esfuerzo excesivo. En Sevilla, el esfuerzo financiero es del 19,5 %; del 18,7 % en la ciudad de Valencia y del 13,2 % en Zaragoza

La cuota mensual hipotecaria más elevada se localiza en las provincias de Baleares (849 euros), Madrid (739 euros) y Barcelona (731 euros), muy por encima del pago promedio que se realiza en Cuenca (342 euros), Lugo (346 euros) y Ciudad Real (347 euros), que son las provincias con las cuotas más reducidas.

Y tampoco es mejor la situación de los alquileres, en la que a pesar de la contención e incluso bajadas de precio de éste final de año en ciudades como Barcelona o Madrid, las subidas se están trasladando a otras poblaciones como Burgos, Guadalajara, A Coruña o Lugo.

A pesar de estos descensos Barcelona se consolida como la capital española más cara para alquilar (17,3 euros por metro cuadrado), seguida de Madrid (16,2 euros) y San Sebastián (15,3 euros). En el lado contrario están Cáceres (4,7 euros), Jaén (4,8 euros) y Zamora (4,9 euros), las capitales más económicas.

Es la conjunción de estos precios, tanto en compra como, sobre todo en alquiler, con los salarios bajos, la precariedad laboral, la movilidad obligada y la ridícula cifra de vivienda social existente, lo que está deteriorando hasta el límite la vida de los colectivos más desfavorecidos en nuestro país, y entre ellos a los jóvenes, a los que está  empujando a  a una tardía emancipación que supera ya, según Eurostat, la media de 30 años.

Según el Observatorio de Emancipación del Consejo de la Juventud de España tan sólo el 19,3% lo había conseguido a finales de 2017, lo que contrasta muy negativamente con los datos del 2008 en que la cifra ascendía al 26%. Somos el sexto país de Europa en que la juventud abandona más tarde la casa de los padres.

Y esta situación sucede porque a la mayor parte les resulta imposible pagar la vivienda- incluso en pareja- y poder continuar subsistiendo.

La otra alternativa, para los que perciben ese sueldo medio que apenas supera los 1000 euros, es la de compartir piso o alquilar una habitación. Posibilidad que la subida desenfrenada de los alquileres, llevando la media de los pisos en Madrid o Barcelona a casi los 1200 euros al mes, está logrando que los jóvenes que consiguen alquilar estén en franco retroceso con caídas de entre el 25 y el 60%, según el rango de edad. La vuelta al hogar familiar se está convirtiendo en una triste realidad cada vez más abundante, sobre todo cuando median situaciones de separación o desempleo.

La solución a esta situación es la de incorporar medidas de regulación y fomento del alquiler, junto a la disposición de la vivienda social suficiente. No podemos seguir estando a la cola de Europa con un 2,5% de vivienda social en alquiler, frente al 17% en Francia y el 30% en Países Bajos.   Situación que nos ha llevado a encontrarnos en el puesto 24 en desarrollo juvenil, tan sólo por delante de rumanos, italianos, griegos y búlgaros. En los países de nuestro entorno – Holanda, Alemania, Francia Reino Unido- las ayudas  públicas a la emancipación de los jóvenes  han conseguido que la misma se produzca a los 25 años de media. Otros países, con distinta forma de orientar su vida, como son los países escandinavos y Luxemburgo, han logrado que la emancipación se produzca a los 20 años.

El origen del problema es  siempre el mismo, que se sigue considerando a la vivienda como un bien de inversión y no como un derecho de los españoles.  Esta consideración nos metió en la crisis inmobiliaria del 2008 y es una de las principales causas que nos está colocando en una difícil situación futura como país. Tampoco hay que dejar de lado que estamos gobernados por simples políticos, cuyo horizonte temporal de cuatro años no les permite tomar las decisiones a largo plazo que un país necesita, salen del paso, toman medidas cortoplacistas que les proporcionan votos y dejan a los jóvenes y al país sin futuro y con un problema demográfico que comienza a ser acuciante. Los estadistas en nuestro maltrecho país han sido pocos y casi siempre mal considerados.

Al respecto, decía Otto Eduard Leopold von Bismarck-Schönhausen, el llamado Canciller de Hierro, que tenía muchas más facetas además de la militar “Estoy firmemente convencido de que España es el país más fuerte del mundo. Lleva siglos queriendo destruirse a sí misma y todavía no lo ha conseguido”.

Si no conseguimos dar un vuelco a la realidad de emancipación de los jóvenes, que se encuentran sin casa, sin futuro y sin hijos, veremos comprometido a no muy largo plazo nuestro porvenir como país. El desencanto de estas generaciones,  con las ilusiones perdidas y la raquítica tasa de natalidad, con defunciones que ya están superando los nacimientos, nos están llevando a un callejón sin salida, en el que ni el sistema social público ni la productividad están asegurados. No queramos seguir destruyéndonos y seamos más inteligentes que fuertes, demos una oportunidad a las nuevas generaciones, por nosotros, por ellos y por nuestro futuro.

Eduardo Lizarraga

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