El mundo cambió cuando las instituciones financieras descubrieron que era mucho más rentable y seguro ganar dinero con la deuda ajena y dejar para lo pobres los desarrollos industriales, siempre más expuestos a todos los riesgos. Y además el nuevo negocio llegaba avalado por los estados para los que el consumo era parte importante de su economía.
Un negocio que está llevando el planeta a la bancarrota una vez más y no solo económica, sino también social y ambiental. Falta añadir que todo el equipo de jueces políticos y banqueros en la partida se camufla con la capa de la ideología que comparten, el liberalismo más atroz escondido tras la palabra libertad.
Ya era posible esclavizar a una gran parte de un país y explotarlo hasta dejarlo exangüe sin necesidad de mover ejércitos ni blandir armas. Bastaba con comprar las voluntades de unos políticos y jueces para que hicieran las leyes convenientes. El desarrollo del negocio necesita esclavizar a la mayor cantidad de españoles posible, con deudas inasumibles y para siempre, controlando de paso un sector tan sensible como es el de la vivienda. Y si hay que crear cantidades inimaginables de dinero pues se hace, para eso están los apuntes bancarios.
El cambio de siglo nos trajo el cambio de un capitalismo productivo y expoliador de recursos, que necesita aumentar el PIB por encima del 2% para generar riqueza y empleo, sin considerar además que los recursos, como el planeta, son finitos, a un capitalismo financiero, basado en el negocio bancario y la ingeniería financiera, que expande la deuda mundial de personas y Estados hasta el infinito, apoderándose de la riqueza de todos y que es inestable por naturaleza, pasando su factura de crisis cada cierto tiempo.
En este proceso de cambio de modelo, la vivienda ha jugado un papel fundamental para generar una deuda avalada, que de cualquier otra forma hubiera sido imposible de conseguir. Y en ese camino infame, la banca se ha cruzado en la política de vivienda apoderándose de los recursos nacionales y endeudando a países e individuos. España ocupa el puesto del deshonor en la tabla internacional de gasto en vivienda, con 70.000 millones de desgravaciones a la vivienda habitual y 100.000 millones de beneficios fiscales a las rentas inmobiliarias en los diez años que van del 2004 al 2014.
La posesión de una vivienda, aunque esté hipotecada y en realidad pertenezca al banco, expande las posibilidades de endeudamiento hasta límites nunca antes conocidos y con ello los beneficios de unas entidades financieras que nunca arriesgan dinero, son todo apuntes contables que vienen y van. Y cuando el invento se va de las manos, problema que sucede cada cierto tiempo, siempre está el recurso de pedir ayuda a papá estado, para con el dinero de todos, recordemos los ya famosos y puestos en un marco 65.000 millones que nunca veremos, salvar el sistema financiero que ha enriquecido a unos pocos y empobrecido al resto.
Al amparo de esta situación de apalancamiento avalado del individuo surgen productos financieros cada vez más complejos y que pretenden barrer hasta el último euro. Como las conocidas tarjetas revolving que son uno de los más claros exponentes de cómo esa generación de deuda reporta beneficios nunca vistos a las entidades financieras.
Tras el crédito hipotecario, que avala todo el resto, llega el personal para el vehículo, las tarjetas aplazadas, el mobiliario de la casa y todo lo que se nos pueda ocurrir, tangible e intangible. No hay límites para que los bancos incrementen su negocio por encima de la seguridad de las personas y de los países. No hay control estatal a esos créditos ni normativas nacionales o europeas que regulen el endeudamiento personal. ¡Es la libertad del individuo! dicen los interesados en que el sistema siga rodando y el consumo creciendo.
Y cuando la bola se hace demasiado grande, comiéndose más del 50% de los ingresos del individuo saltan las alarmas, porque esa expansión hasta el infinito de la deuda sólo puede terminar en una nueva crisis financiera cuando demasiados”pobres pollos consumistas” hayan pasado la línea roja. Aunque un nuevo producto financiero puede contener la situación y evitar que la sangre llegue al río y no es en sentido figurado.
Es la reunificación de la deuda, que terminará por esclavizar al individuo y con él a su familia. Una especie de tarjeta revolving para el resto de su vida que llevará su deuda a una distancia de 30 ó 40 años y que multiplicará por cinco o seis los beneficios de las entidades financieras, que son las que camufladas como asociaciones bien intencionadas gestionan este nuevo producto. Le dejarán ya incapacitado para el consumo, pero no importa porque ya se le ha exprimido todo lo posible.
La situación es preocupante. La Asociación de Usuarios Financieros (Asufin) asegura que hasta un 4,1% de los españoles declara haber solicitado una reunificación de deudas para poder hacer frente al pago mensual de sus amortizaciones e intereses, lo que se traduce un número aproximado de 750.000 personas apresadas en este corralito financiero.
Y si grande es la cifra de afectados por el sobre endeudamiento, escandalosas son las cifras y plazos que se comprometen a pagar. La misma asociación asegura haber realizado un supuesto en el que se pasaría de pagar 15.500 euros en intereses por una hipoteca y varias deudas contraídas, a pagar una cantidad superior a los 121.000 euros. Asimismo, el plazo de pago de la hipoteca pasa de 7,5 años a 30 o 40. La esclavitud moderna, sin cadenas ni barrotes, pero con mayores beneficios para los amos.
Es necesario que el Estado ejerza su control también en la salud financiera de los individuos. Al igual que controla las armas, porque hay asesinos, el juego porque existen ludópatas, las drogas porque su adicción causa daños al individuo y a la sociedad, la velocidad en las carreteras y un largo etcétera, es necesario establecer unas normas para que las personas no puedan sobre endeudarse y las instituciones financieras, como si fueran camellos del dinero, obtener beneficios de la ruina de muchos individuos.
Y también la situación del estado es preocupante, nuestra deuda pública ha crecido este tercer trimestre en 7.609 millones de euros, situándose en 1.432.301 millones. Es decir, el 122,8% del PIB, lo que hace que cada español tenga una deuda per cápita de 30.060 euros, con un incremento desde que iniciamos el año de 667 euros por habitante.
Todos sabemos lo que sucedió con el endeudamiento masivo en la anterior crisis financiera, cuando los españoles trajeron centenares de miles de millones del futuro generando empleo y riqueza hasta que todo se paró y llegaron los desahucios, los suicidios, los recortes y un país arruinado para beneficio de unos pocos…
No puede volver a suceder, el bien común está por delante de la libertad de los individuos y en la anterior ocasión lo pagamos muy caro. Lo estamos viendo con la pandemia y las vacunas. Es necesario proteger a la sociedad y a los individuos de los males que causa el sobre endeudamiento y para ello es necesaria la prohibición de la usura, un mayor control sobre la concesión de créditos contemplando la larga vida de los préstamos afectados por cambiantes escenarios monetarios.
En suma, es preciso controlar la actitud irresponsable y poco sostenible de las entidades financieras, para las que es más importante la generación de deuda, siempre negociable y avalada, que los riesgos de morosidad. Y eso, a pesar de que mueve el consumo, que es la coartada más utilizada y con la que se engaña a los estados, no es bueno para el país. Que se van a resistir al control financiero es indudable, porque su negocio, es vender dinero a la mayor cantidad de gente posible, sobre todo en un escenario de precios bajos en el que necesitan mover su materia prima, sin tener en cuenta que cuando los precios suban llegarán los problemas.
Estamos en un momento expansivo del consumo, la adquisición de vivienda y la generación de deuda, y las entidades financieras aprovechan la ocasión para incrementar la masa monetaria e esta deuda generando sobre endeudamiento entre los adictos al consumo. Falta educación financiera, controles y normas para impedir que estos camellos del dinero prosigan su búsqueda continua de beneficios, esclavizando a los individuos y comprometiendo la salud económica de países enteros. Y como el autocontrol financiero no funciona ya es hora de que los estados y la Unión Europea lo impongan. Y los camellos al desierto.