Apenas han pasado tres meses desde que en China se registraron los primeros afectados por el coronavirus. Poco más de un mes después lo seguíamos viendo como algo lejano, casi sin importancia, a pesar de que en Italia se había producido ya algún caso. Hoy el coronavirus es un terremoto que sacude el mundo y que ha cambiado por completo nuestras vidas. Pero debemos conseguir que esta crisis global no sea para siempre.

Comenzamos la semana previa al aislamiento con una parte de la población tomando a broma la situación. El cierre de los colegios y universidades en Madrid,  consiguió una estampida de irresponsables hacia las segundas residencias de la costa. Desde el primero, con Aznar y Botella saliendo hacia Marbella, hasta el último, con la enfermedad ya activa, entendieron que eran unas vacaciones y actuaron en consecuencia, difundiendo el virus aún más de lo que ya estaba.

El domingo de aquella misma semana aterrizamos en el drama, con la intervención del Presidente del Gobierno metiéndonos el miedo en el cuerpo y la orden de confinamiento para todo el país. El silencio se adueñó de nuestras calles, vigiladas por los cuerpos de seguridad del estado para cumplir con el estado de alerta.

Va a haber un antes y un después del Covid-19,  no sólo en lo sanitario, industrial y económico, sino también, y esto es lo verdaderamente importante, en nuestra forma de ver la realidad y en nuestro comportamiento social e individual.  En la soledad de nuestra cuarentena estamos teniendo mucho tiempo para reflexionar y observar la fragilidad de este mundo que pensábamos fuerte,  moderno y preparado.

Ahora podemos contemplar el tremendo error que supuso la debilitación de nuestro sistema sanitario, porque estamos viendo sus carencias y aún no hemos llegado a lo peor. Hasta podríamos señalar con el dedo a los culpables, pero para qué, lo importante es salir y aprender. También podemos estar cuestionando esta globalización que consigue parar fábricas y sectores, porque los suministradores están lejos y en zonas afectadas.

En lo económico la situación asusta. Y podría tener consecuencias aún más demoledoras si no fuera porque aprendimos mucho de la crisis financiera del 2008. De aquella crisis desatada por la ruptura de la burbuja financiera, y que para nuestro país tuvo consecuencias desastrosas, por la inmensa deuda que manteníamos y el movedizo mercado inmobiliario que habíamos construido. Tal vez la primera enseñanza fue la de que no se puede abandonar a nadie en la lucha, porque tendrá consecuencias. Y la propia Merkel ya ha reconocido que la política de austeridad fue un error.

La Comisión ya ha adelantado la recesión que nos espera y ha dado cifras, del 1,2% esperado de crecimiento podemos pasar a un 2,5% de caída. Y esto es mucho, sobre todo porque en España, con un 14,3% del PIB debido al turismo, el descalabro puede ser mayor.

No sé yo si nuestros líderes políticos se creen sus cifras o es que pretenden dorarnos la píldora y que nos demos cuenta a pequeñas dosis. El colapso va a ser brutal, empeorando sus expectativas día a día, con una recesión que basta mirar la Bolsa para darse cuenta de lo que los mercados financieros ya sospechan y que no se produjo en el 2009. Alemania ya ha puesto encima de la mesa 500.000 millones de euros de liquidez gratis para las empresas. Y esta cantidad es superior a la que ha puesto el resto de Europa.

Lo humano de nuestro planeta se ha parado en seco, después de vivir en un mundo globalizado, que se había hecho  pequeño a golpe de avión barato, ahora estamos recluidos en nuestras viviendas, contemplando desde detrás de los cristales un mundo que no va más allá de nuestra calle y que ya no es nuestro. Y para recuperarlo, o al menos lo que podamos salvar, tenemos que hacer un gran esfuerzo centrado en cuatro aspectos fundamentales:

Aplanar la curva de contagios, aplastar el sombrero que dicen, para no colapsar los hospitales y minimizar las víctimas. Es preciso dotar de más recursos, humanos y materiales a la Sanidad y cumplir, como si no hubiera otra verdad en el mundo, las recomendaciones sanitarias de aislamiento y distanciamiento social. Esto sí es solidaridad con nuestro país y con nuestros mayores que son los más afectados por la situación.

Proveer de los necesarios recursos económicos para que el frenazo que acabamos de dar, necesario para dilatar las infecciones en el tiempo y disminuir la mortalidad, no se prolongue más de lo necesario. Y es que el daño del parón es inmenso. Las calles se han vaciado, no hay clientes para las actividades y los servicios; y las consecuencias de los ERTES se van a contar por cientos de miles. Es imprescindible lograr que no se conviertan en ERES o en parados de larga duración. Hace falta un plan, ambicioso y que contemple a todos, porque tenemos que salir todos. Avales, moratorias de impuestos, ayudas a autónomos, reforzar el subsidio de desempleo, impedir los desahucios, no permitir los cortes de suministros, moratoria en las hipotecas…

Y tan importante como amortiguar el impacto, es reconstruir la situación del mes anterior a la aparición del virus, lo más rápido posible. Y para ello va a hacer falta un plan de reconstrucción, europeo y nacional, un verdadero Plan Marshall, con tipos de interés cero para impulsar la inversión y el empleo. Y sin volver a repetir los errores del pasado. La prioridad debe ser el crecimiento y no reducir la deuda y el déficit en un par de años. Y con un dinero sin diferencias de precio inherentes a la prima de riesgo, con eurobonos que financien el plan de reconstrucción y tipos de interés que permanezcan por debajo de la tasa de crecimiento de la economía durante mucho tiempo. Sin rescate de ningún país y con compra de bonos por parte del banco central, aunque no les guste a las entidades financieras. Decisión que parece ha tomado el BCE con un Plan de 750.000 millones en estímulos,  que asegurará a todos los países estar en igualdad de condiciones, sea cual sea su prima de riesgo.

La última cuestión que tendremos que afrontar, será un cuidadoso análisis de lo que se ha hecho bien y lo que se debe mejorar. Se han cometido equivocaciones, muchas, pero hay que añadir que la situación era desconocida y la forma de enfrentarse a ella ha sido un ensayo constante. Si analizamos y obtenemos conclusiones, sin fundamentalismos y con la mente abierta, podremos parar una hipotética repetición futura, que podría ser peor.

Pero la emergencia sanitaria, la cuarentena y los problemas que vemos todos los días a nuestro alrededor también están haciendo brotar unas actitudes que no se veían hacía mucho tiempo. Con la política de balcones hemos conocido a nuestros vecinos y aplaudimos y gritamos juntos, nos emocionamos a la vez, aunque sea a distancia. Y eso es bueno. El virus y sus horrores han despertado unas conciencias demasiado adormecidas, que necesitaban de un acicate como éste para cambiar. Y es que el aislamiento ha conseguido unirnos, anteponiendo a nuestro egoísmo conceptos casi olvidados. Y hablo de solidaridad, y de  lo emotivo que resulta comprobar que aunque encerrados no estamos solos y que luchamos por los demás. A ello obedece el confinamiento, a un luchar entre todos sin caer en un ¡sálvese quien pueda! dejando atrás a los débiles y los mayores.

Y es ese sentimiento de solidaridad común, el que nos hace sentirnos parte del esfuerzo que estamos realizando para afrontar la situación, para vencer, para estar orgullosos. Y lo hacemos en familia, con nuestros hijos que comparten con nosotros las noticias, que contemplan los esfuerzos y colaboran en ellos. Con vecinos de balcón, del portal de enfrente, de la calle a la que nos asomamos. Es una gran lección, inédita, que nadie vivo ha podido experimentar y que nuestro hijos recordarán para siempre.

Y si importante es ese sentimiento de solidaridad que todos compartimos, no menos trascendental es el reconocimiento que estamos haciendo a la labor, hasta ahora silenciosa e inadvertida, de todos los que están ahí para que lo importante no se pare. Para que nuestros supermercados estén abastecidos, para que sepamos todo lo que está pasando, para que la logística funcione. Transportistas, tenderos, periodistas, cajeros del súper, repartidores, basureros…están ahí y ahora nos damos cuenta.

Y está claro que por encima de todos valoramos a nuestro personal sanitario, médicos, enfermeros, celadores, ATS, personal de administración, auxiliares de geriatría. Perseguidos y ninguneados estos últimos años por administraciones absurdas, casi delincuentes, que dejaron su futuro y el nuestro en manos del beneficio privado, con salarios bajos, jornadas agotadoras, escasos medios…pero ahí están, dando todo lo que tienen y mucho más. Cayendo enfermos y conociendo el riesgo, pero al pie del cañón. Todos los aplausos que les demos son pocos. Y es de esperar que aprendamos la lección y salgamos con ellos a defender nuestra Sanidad cuando alguien la agreda, nunca sabremos cuánto la podremos necesitar. ¿O es que habéis oído o visto salir a la Sanidad privada a defendernos de la pandemia?

Eduardo Lizarraga

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