La invasión de Ucrania por parte del ejército de Putin se ha convertido en una guerra de desgaste en el corazón de Europa, con consecuencias terribles para millones de personas. La tranquila vida del continente europeo, que preveía una recuperación post pandemia con ciertas tiranteces económicas, pero nada más, ha saltado por los aires con los cohetes rusos, como los edificios y la vida de los ucranianos. Nada va a volver a ser igual y las previsiones irán cambiado de día en día, como los acontecimientos.

Dicen las agencias internacionales que las conversaciones van por buen camino, pero como esto es opinión y deseando equivocarme, no creo que esté en el ánimo de Putin llegar a ningún arreglo en posición de desventaja. A estas alturas ya sólo se puede permitir una victoria casi total, le va la cabeza en ello. Putin va a hacer perder el tiempo con negociaciones esperanzadoras y mientras se desarrollan, sus carros de combate seguirán avanzando y sus misiles cayendo. Si sucediera lo contrario es que la guerra le está marchando muy mal, peor de lo que imaginamos y se lo llevará por delante.

Pudiera ser que las sanciones económicas, o la situación de oposición interior o la resistencia inesperada de los ucranianos o todo en su conjunto, le estén haciendo más daño del que pensamos; el caso es que tiene la situación muy difícil. Si en sus planes estaba apoderarse, en una especie de blitz krieg, de la zona ucraniana hasta el Dniépper y toda la costa del Mar Negro hasta Odessa, está muy lejos de haberlo logrado todavía o de tener expectativas de conseguirlo.

Por desgracia sí que ha conseguido otras cosas, algunas a la vista como los millones de refugiados que huyen de la guerra y de un país destrozado y otras menos perceptibles aún, como haber vuelto a traer los jinetes del apocalipsis a Europa, aplastando nuestro estado del bienestar y obligando a todas las naciones a rearmarse de nuevo, como en el periodo de entreguerras. Y eso suele traer malas consecuencias ya que las armas tienen tendencia a utilizarse.

De momento en España, a pesar de estar a más de 3000 kms de Kiev, ya estamos experimentando las primeras consecuencias del conflicto, incremento mayor de los precios de las energías, inflación, especulación, acaparamiento y sobre todo incertidumbre.

Impulsada por los precios energéticos, con la electricidad en cabeza, el bajo precio del dinero y las altas tasas de ahorro producidas durante lo más duro de la pandemia y los confinamientos, la inflación se disparó en el 2021, cerrando en el 6,5% según el INE. Fue el nivel más alto de los últimos 29 años, concretamente desde mayo de 1992, tras una escalada de diez meses consecutivos. Teníamos ganas de salir y de gastar y lo demostramos desbocando la inflación. Pero, como nos sucedió en marzo del 2020, lo peor estaba por llegar.

Después de un mes de enero en el que parecía que las previsiones de ir reduciendo la inflación conforme entrara el año podrían cumplirse, el IPC de febrero cerró en España con el 7,6%. Y es que el “efecto Putin” ya está afectando a los precios de la energía, de los carburantes e incluso de los alimentos. Los precios ya estaban altos, pero en estos 22 días de guerra se han disparado y ya nadie se atreve a predecir su evolución a lo largo del año ni en cómo cerraremos marzo.

Los altos costes energéticos están teniendo una repercusión importante en el sector de la  alimentación, que ha subido un 0,8% en febrero, con un 5,6% interanual según productos y que fácilmente podría superar esta cifra al terminar el año.  Y en algún caso, como sucedió en la pandemia con el papel higiénico, se ha disparado la alarma y la necesidad de sentirse seguros acaparando aceite de girasol, del que no lo olvidemos Ucrania es nuestro principal suministrador.

Y tanto es así que no menos de diez cadenas comerciales se han lanzado a racionarlo, siendo denunciados por Facua-Consumidores en Acción. Son DIA, Mercadona, MAS, El Jamón e Hiperdino en una primera tanda de denuncias y Lidl, Carrefour, El Corte Inglés, Hipercor y Gadis en la segunda. Y la asociación de consumidores lo ha hecho porque se han tomado atribuciones que no les corresponden, contribuyendo, sin duda, a la creación de una cierta locura colectiva.

Dice el artículo 9.2 de la Ley 7/1996, de 15 de enero, de Ordenación del Comercio Minorista, que «los comerciantes no podrán limitar la cantidad de artículos que pueden ser adquiridos por cada comprador ni establecer precios más elevados o suprimir reducciones o incentivos para las compras que superen un determinado volumen. En el caso de que, en un establecimiento abierto al público, no se dispusiera de existencias suficientes para cubrir la demanda, se atenderá a la prioridad temporal en la solicitud». Y la asociación ha pedido, por lo tanto, que actúen las comunidades autónomas que son quienes tienen las competencias.

Es cierto que el trigo y el girasol nos llegan mayoritariamente de Ucrania y Rusia, pero el abastecimiento hasta la siguiente campaña está garantizado y se compró a precios pre guerra; el acaparamiento hace el juego a los especuladores y tan sólo contribuirá a incrementar los precios. Además, el aceite de girasol no es como el de oliva y se estropea en menos de un año.

Pero la inflación y la guerra también van a tener un importante efecto en el mercado inmobiliario. Veníamos de un año en el que las altas tasas de ahorro, el bajo precio de las hipotecas y la confianza en una recuperación que ya se tocaba, impulsaron las operaciones de compraventa, las hipotecas, la construcción y también los precios. Se esperaba un año de normalización, con el turismo llegando de nuevo y los fondos europeos como plato principal de la recuperación.

Pero todo ha cambiado, el IPC se dispara, al igual que los costes de construcción (un 12% en diciembre) y es previsible que el precio del dinero comience a subir. Pero, por otro lado, ante la situación de incertidumbre y alta inflación, el ladrillo se alza como uno de los valores seguros.

De momento todo va a subir y ser propietario va a ser más costoso. Los materiales de construcción, como el aluminio, seguirán encareciéndose, con particular incidencia en la obra nueva, los precios de las reformas y sus plazos. La incertidumbre no solo se traduce en la compra compulsiva de aceite de girasol, sino que bajará de nuevo el consumo general y de ocio y se incrementará el ahorro, al fin y al cabo, ya hemos aprendido a hacerlo. Pero tendrá una nefasta repercusión en el mercado de trabajo que iba bien y ello tendrá consecuencias en la capacidad adquisitiva.

Y los alquileres, que estaban ya en la expectativa de subidas para mantener la rentabilidad del 6,5%, podrían verse afectados por el incremento del IPC y no poder aplicarlo en su totalidad a las rentas, so pena de perder el inquilino que podría buscar arrendamientos más baratos.

Ya se está hablando de que va a interesar poner de nuevo en explotación determinadas fincas agrícolas, lo que incidirá en su precio y en su mayor demanda como inversión. Además, el pequeño ahorrador, con un centenar de miles de euros en el banco, no queriendo perder dinero por la inflación buscará ladrillo a su medida y las plazas de garaje y los apartamentos baratos volverán a ser una buena opción.

Peor cariz tiene una subida de las hipotecas que retraerá la demanda y podría originar una caída de precios por debajo de la inflación. En todo caso como no podemos saber la evolución del conflicto y por lo tanto sus consecuencias en la economía, esta situación podría estar lejos aún.

Veníamos de un año de relanzamiento de la actividad económica con recuperación de la demanda y del empleo, con expectativas de turismo y nos encontramos de bruces con una guerra que nos va a afectar a todos.  Y deberemos proteger en lo posible nuestra situación económica, la general y la particular. La inflación ya no se va a contener el segundo semestre ni aunque Sánchez o la Unión Europea hagan piruetas con los precios energéticos, que ya van tarde. Tenemos que empezar a hablar del 2023, capear el temporal como podamos y que no empeore, que ya vamos con mar gruesa.

Periodista económico

Eduardo Lizarraga

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