Como en el día de la marmota, otra vez el optimismo y los buenos deseos del inicio de año se nos caen antes de que acabe el primer trimestre. Nos pasó en 2020 con el Covid 19, ahora el virus se llama Putin y la epidemia una guerra en el centro de Europa.
La invasión de Ucrania por Putin, que comenzó el pasado día 24 de febrero, había sido muy avisada ya y prevista por las agencias de seguridad norteamericanas, que esta vez han acertado, pero no nos lo creímos. Pensamos en todo momento que amagaría sin dar el golpe. Pero no ha sido así y su planeada blitz krieg se ha convertido en una guerra sucia -todas lo son-, que promete ser larga y con miles de muertos. La inesperada resistencia de los ucranianos y la falta de motivación de las tropas rusas está degenerando en bombardeos indiscriminados a la población civil y a lo que parece las semanas que se avecinan serán mucho peores. La conquista de Kiev y las grandes ciudades, si el tirano ruso lo consigue, van a horrorizarnos.
La posibilidad de una campaña rápida y de daños contenidos, casi quirúrgicos, que debiera haber llevado a un cambio de gobierno en Ucrania y a unas negociaciones que hoy, dos semanas después, ya debieran estar en marcha, ha desaparecido. Y con ella la recuperación económica mundial del 2022.
En su lugar nos encontramos con una guerra de desgaste, dura como todas ellas, con miles de muertos en los dos bandos, sobre todo entre la población civil ucraniana y con el surgimiento de un odio terrible, proporcional a las barbaridades que estamos viendo y que hará imposible una paz razonable en el corto plazo. Las posibilidades de que el conflicto se deslocalice son mayores cada día que pasa. Putin y su entorno ya notan la soga económica alrededor de su cuello y los países europeos entienden que los peores fantasmas desde la II WW han vuelto al viejo continente. Alemania se rearma y países como Suecia o Finlandia se sienten amenazados. Los desplazados se suman por millones y el hambre está de vuelta en Europa.
La forma de enfrentarse a la situación ha generado dos encontradas corrientes de actuación, ninguna de las cuáles es pura ni virginal y no están exentas de riesgos. La primera clama por la ayuda humanitaria a los refugiados ucranianos, pero se queda ahí, sin darles armas y dejándolos que se las arreglen como puedan, esperando que aguanten poco, que Putin gane y que en una mesa de negociaciones se acuerden unas condiciones “aceptables”. Se salvaría la paz de Europa, la economía sufriría menos daños y se eliminaría el riesgo de que el conflicto se extendiera, además de costar muchas menos vidas humanas y destrucción. En el lado contrario de la balanza, condenaríamos a un país europeo y dejaríamos a Putin salirse con sus propósitos de forma bastante barata, sanciones económicas a perpetuidad -que ya será menos- aparte. Dejándole abierta la puerta, como sucedió con Hitler, a que repitiera la experiencia.
La otra corriente de actuación, más beligerante con los rusos y que es la que está siguiendo la Unión Europea, avanza en más que la simple ayuda humanitaria a Ucrania y está proporcionando armamento de primer escalón al ejército y la población del país. Parece por un lado que hacemos algo más, lavando nuestra conciencia y dificultamos la campaña de Putin que se ve abocado a la guerra más cruel y violenta con bombardeos indiscriminados sobre las ciudades. Nuestra actuación y la resistencia de los ucranianos causarán muchos miles de muertos más, la prolongación de la campaña varias semanas o meses más -la lucha urbana no tiene nada que ver con la guerra que Putin había previsto- y un desgaste militar y económico de Putin y sus secuaces que va a ponerles en serios problemas por sus consecuencias en toda la población rusa. El riesgo de una escalada y de implicación de otros países europeos aumenta. Y la esperada recuperación económica se retrasa sine die.
En 1989 el fin de la guerra fría marcó un punto de inflexión en la OTAN que imaginó o soñó con el final de la guerra de bloques, la invasión de Ucrania marca el fin de esa época y nos muestra, como hizo la pandemia, que los viejos miedos no han muerto y que estaban ahí agazapados, esperando su ocasión, los cuatro jinetes vuelven a cabalgar por Europa
Las palabras de Borrell en el programa de Ana Pastor en la Sexta asustan y nos dejan adivinar que están ya considerando otras acciones, esperemos que económicas, pidiendo a los europeos que comiencen a apretarse el cinturón o a bajar la calefacción, que va en la misma línea. El antiguo ministro de Exteriores de España ha aclarado que su petición para reducir el consumo de gas en los hogares no se dirige a los españoles, que no consumen gas ruso, sino al resto de Europa, afirmando que «tendrán que hacer alguna clase de sacrificio si quieren parar al señor Putin».
Y si la situación bélica estaba fuera de la imaginación de cualquiera de nosotros a principios de año, en la económica tampoco hay nada claro, salvo que vamos a pagar más por todo y que la economía de las rentas más bajas y medias será, como siempre, la más afectada.
Rusia es el segundo mayor exportador mundial de petróleo después de Arabia Saudí, el mayor productor de gas, uno de los principales de carbón, de aluminio, de abonos baratos, el primero también de cereales…y tiene a Europa pillada por donde más duele… la energía. El 40% del gas que se usa en la Unión Europea proviene de Rusia. En Alemania, por ejemplo, la dependencia del gas ruso es de nada menos que un 60%. En España, en cambio es del 6%», Y con la agresión rusa los precios de todos estos productos, que ya estaban fuera de toda lógica, han iniciado un ascenso vertiginoso del que no conocemos el fin.
Los hogares españoles se van a resentir, y mucho, de este conflicto. La atroz guerra en Ucrania va a tener un gran impacto en la economía, agudizará la inestabilidad de los mercados y está originando ya un fuerte incremento de precios en los suministros energéticos, que no ha hecho más que empezar. Esto se dejará sentir en las facturas de gas y luz de los consumidores, que podrían alcanzar, en el peor de los supuestos, casi los 200 euros de media para el gas y los 165 para la electricidad. Como suplemento a tener en cuenta en la economía doméstica, el precio de los carburantes también está ya subiendo un 35%. “Vienen tiempos muy duros” ha dicho Sánchez.
Este incremento de los costes energéticos va a provocar una mayor subida de la inflación, lo que supondrá un empobrecimiento de las familias, menor capacidad de ahorro y menos consumo. Un completo drama para un país cuyo PIB depende en gran medida del consumo de las familias y que había cifrado en este concepto muchas de sus esperanzas de recuperación.
En lo que a vivienda se refiere puede tener varios efectos, casi todos malos. Por un lado la inflación, que podría irse otra vez este año a un 7%-8% sin muchos aspavientos, va a incrementar en la misma medida el precio de los alquileres referidos a este dato estadístico. Estas subidas traerían rupturas de contratos de alquiler por inquilinos que buscarían arrendamientos más asequibles, pero también impagos al no subir los sueldos en la misma medida que los alquileres y los consiguientes desahucios.
En el mercado de inmobiliario, una menor disponibilidad económica de las familias, unida a un incremento de los precios de compra igual al menos a la inflación, hará que dejen para otro momento el cambio de vivienda, sin olvidar lo que aseguran dijo San Ignacio de Loyola, «En tiempo de desolación nunca hacer mudanza”. El mercado de vivienda de primera residencia va a pagar las consecuencias.
Pero también hay que tener en cuenta que la volatilidad de los mercados está llevando a muchos pequeños ahorradores a refugiarse en valores más sólidos y con rentabilidad, siendo la vivienda, con una rentabilidad del 6%, el mejor refugio para la incertidumbre, en un contexto de vaivenes de la Bolsa e incremento de la inflación por el impacto de la guerra. En todo caso y hasta que no se empiece a ver la luz los posibles inversores serán pequeños y nacionales.
En cuanto a la vivienda nueva se enfrenta a un panorama de subidas propiciadas por el incremento de precios de los materiales de construcción, que ya estaban altos y que seguirán subiendo, junto con la ausencia de mano de obra cualificada.
En 2019 visitaron España 1,3 millones de turistas rusos – un 2%- que gastaron casi 2.000 millones de euros en el país. Rusia es, de hecho, uno de los mercados emisores de turistas que más interesan a España por el elevado gasto de los visitantes. Y muchos de ellos se decidían a invertir en vivienda en nuestro país, aunque desde la crisis de Crimea bajó su número. Y ahora la situación se les complica más; a los de mucho dinero porque no se lo dejan sacar y los que tienen menos porque la devaluación del rublo al 50% les va a hacer imposible comprar nada en las costas del Levante o las islas que eran sus destinos favoritos.
Otra gran incógnita y que puede influir mucho en la compraventa de viviendas es el precio del dinero. Y si bien a principios de año, con la inflación disparada ya había rumores de una subida de medio punto prevista hacia el mes de abril, en estos momentos el conflicto, mucho peor de lo imaginado y la ralentización económica que puede venir por su causa, podría hacer variar estos planes. El euríbor ha subido en febrero por segundo mes consecutivo a su nivel máximo desde julio de 2020, hasta el entorno del -0,33%, veremos lo que pasa en marzo, que podría ser un buen indicativo.
Este 2022, al igual que sucedió el pasado 2020, no va a tener nada que con lo esperado por todos a principios de año. Ni videntes ni economistas imaginaban un presente como el que hoy padecemos con la violenta guerra en el corazón de Europa.
La incertidumbre y el miedo son lo único seguro en mercados que sufren una gran volatilidad, siendo los primeros en intentar soslayarlas las grandes fortunas, que se están deshaciendo de sus títulos bursátiles, como Marck Zuckerberg, que ha vendido 9,4 millones de sus acciones en Facebook o Elon Musk que ha hecho lo mismo con 15 millones de títulos de su empresa Tesla. Son dos ejemplos en la carrera por deshacerse de posiciones en bolsa y que alcanzaría ya un 30% de títulos en las grandes empresas, sobre todo tecnológicas. Y tampoco las criptomonedas, salvo quizás en Rusia, parece un valor seguro. El inmobiliario y el oro vuelven a ser los previstos valores refugio.
El descenso del consumo y de la actividad económica, con un cierto desabastecimiento de los mercados energético, alimentario, tecnológico, edificación… que ya está llegando, van a producir un incremento de la deuda en los países, las empresas y los hogares. Las quiebras, el paro y los desahucios pueden llevarnos a tiempos pasados y alejar la recuperación de Europa y de España. La inflación, que puede ser histórica este año, lamina el poder adquisitivo de los hogares con subidas de precios continuas y con un PIB estancado o a la baja.
A la pandemia le siguió el volcán, llegó después la crisis de las cadenas de producción y ahora la guerra. Godzilla, los extraterrestres o el meteorito deben estar en la sala de espera. De momento los cuatro jinetes vuelven a cabalgar por Europa.
Eduardo Lizarraga
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