Escribía hace dos semanas, de un horizonte inmobiliario ennegrecido por la convergencia de variables económicas capitaneadas por la inflación y el incremento del euríbor. Ahora, quince días después, la perspectiva no sólo no ha mejorado sin que continúa empeorando. Mucha OTAN y Flanco Sur, pero si cuando alguien gana una guerra deja al contrincante en la miseria, el abogado Vladímir Vladímirovich Putin, presidente de Rusia, está ganando la guerra en Ucrania y no solo está destrozando el país de Zelenski, sino de paso hundiendo las economías del mundo occidental, llevándolas a la recesión, al incremento del desempleo y a la desestabilización.

Sin haber terminado el mes, el Instituto Nacional de Estadística publicaba un indicador adelantado demoledor, la inflación anual estimada del IPC en junio de 2022 será del 10,2%, si se confirman los datos. Es decir, un incremento del 1,5% en su tasa anual situándose en su nivel más alto desde 1985. La subida se debe al incremento de los precios de los carburantes, de los alimentos y bebidas no alcohólicas. No van mucho a la zaga los aumentos de precios en el tradicional ocio de los hoteles, bares y restaurantes.

Y el otro dato, tampoco bueno, es que la tasa de variación anual estimada de la inflación subyacente aumenta seis décimas, hasta el 5,5%. De confirmarse, sería la más alta desde agosto de 1993.

También sin dar tregua en todo el mes y faltando tan sólo de un día para tener el dato definitivo, el euríbor a 12 meses se sitúa en el 0,843, frente al 0,287% de mayo y al -0,484% de hace justo un año. Y este asalto al bolsillo de muchos hipotecados se explica porque el mercado da por descontado el incremento de los tipos de interés de 25 puntos básicos en julio. Incremento preocupante porque Cristina Lagarde también aseguró que la subida de septiembre podría ser mayor y el galope del euríbor durar así todo el verano.

Hay que tener en cuenta que la Reserva Federal de Estados Unidos impulsa una subida de los tipos de interés de tres cuartos de punto, la más alta desde 1994. Y lo hace para contener una inflación del 8,6%, la más elevada desde principios de los 80.

Con esta situación al otro lado del Atlántico, Europa no se puede despegar mucho de medidas económicas similares, porque podría quedarse sin financiación, lo que en un escenario de caída económica es poco aconsejable.

Esta histórica subida del euríbor en tan poco tiempo, con un incremento del 200% en tan sólo un mes, se está viendo acompañada por un giro de 180 grados en la política hipotecaria de los bancos españoles. Desde principios de abril y con un cierto retraso al posicionamiento en positivo del euríbor, la banca está cambiando su oferta de créditos hipotecarios, abaratando las hipotecas variables que ya tienen diferenciales inferiores al 0,8%, incrementando los tipos de las hipotecas fijas por encima del 2% y llegando ya en algunos casos al 3%.

Por su parte los precios energéticos continúan sin ceder y si bien la estrategia de España y Portugal con su excepción ibérica está dando un cierto resultado con la luz, los precios de los carburantes continúan encareciéndose.  Los consumidores pagan un 48% más en el caso de la electricidad, un 55,8% en la gasolina y un 67,7% el diésel. Y con las vacaciones ya en marcha, esta situación va a alterar más de un plan y perjudicar el consumo turístico este verano.

También se están incrementando de forma notoria los precios de la cesta de la compra, que llevan subiendo de forma inmisericorde desde marzo y con unas perspectivas muy negras pasado el verano. Los precios de la alimentación están subiendo demasiado y algunas marcas y no precisamente las más humildes, han puesto en marcha una imaginativa política de reducción de cantidades para no tocar el precio de los envases.

Se llama, quédense con la palabra, reduflación y la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) ya ha denunciado a Pastas Gallo, Danone, Pescanova, Colacao, Tulipán y Campofrío por dar menos cantidad cobrando lo mismo de forma poco transparente. Son las primeras empresas denunciadas, pero seguro que no las únicas que están llevando a cabo esta política, como menos desleal con sus clientes. Toca mirar el precio por kg de producto y llevarse las gafas que lo pondrán con letra pequeña.

Con esta situación económica de constante presencia en los medios de comunicación, el español se siente preocupado y dada la diferencia de sueldos imperante, lo hace más que la media de los ciudadanos europeos.

En concreto, según datos publicados por la Oficina de Estadística Europea, casi siete de cada diez españoles, frente a seis de la media europea, asegura no estar preparado para el aumento de los precios de la energía y de los alimentos que nos ha traído la guerra de Putin. También superamos a Europa en la constatación para casi la mitad de los españoles, frente a un 40% de la media europea, de que la guerra de Ucrania ya ha reducido su nivel de vida y que lo seguirá haciendo así el próximo año. Y por lógica, son los parados españoles y los jubilados los que manifiestan mayor preocupación respecto al impacto que la guerra puede tener en mantener su nivel de vida.

Con este panorama y tan seguro como que después de la tempestad llega la calma, el mercado inmobiliario se va a ver afectado y va a dejar lejos las cifras de éxito del pasado año. En principio va a ser una situación psicológica que podría prolongarse en el tiempo si no se controla la inflación y sube demasiado el precio de las cañitas y los bocatas de calamares. Con menos dinero en el bolsillo la adquisición de la casa puede ir al apartado de lo pendiente y a ver qué pasa con los alquileres si suben demasiado (se habla de un 10%), porque la demanda de vivienda va a trasladarse de nuevo al alquiler. Nadie quiere volver a ver los desahucios y sus consecuencias todos los días, pero ya están subiendo, aunque no nos lo cuenten.

Y ésta podría ser la tónica general ante una disminución del dinero en manos de las familias y un incremento del euríbor con lógica intervención estatal del mercado del alquiler. Menos venta de primera vivienda y los inversores «segurolas» de vuelta a los bonos soberanos, que comienzan a ofrecer rendimiento y menos inquietudes.

Pero no hemos contemplado todos los aspectos y hay uno que es crucial. Y así como la vivienda de reposición, la necesaria para que las familias españolas tengan techo, la de precios contenidos y pocos metros, se va a ver afectada, la otra, la de lujo, la de los inversores extranjeros y muchos ceros en sus anuncios, puede no tocar crisis.

Sucede que el precio mundial de la vivienda está creciendo y mucho este primer trimestre del 2022. Y lo está haciendo en ciudades muy punteras y con elevados precios. Si añadimos que España, a pesar de los incrementos de precios, aún cuenta con un diferencial interesante, está claro que el mercado de la vivienda de lujo, y la inversión en activos con expectativas, podría no verse afectado.

En la lista elaborada por Knight Frank, con las 100 ciudades con mayores crecimientos de precios, España cuenta con tres bien posicionadas. Madrid, en el puesto 87 y Valencia -elegida por los europeos como ciudad con mejor nivel para trabajar y vivir- junto a Málaga, también se encuentran en ese top 100. Barcelona se va a l 113 y Sevilla al 116.

El cambio del segundo semestre llegará de mano de los compradores extranjeros que quieren aprovechar los “bajos precios” todavía del mercado español. Muchos hacia el residencial de lujo como inversión y otros en inversión para el alquiler, porque la vivienda de obra nueva se está desfasando demasiado en precio para ser competitiva.

Bien entrado el año próximo la situación puede ir cambiando y la caída de la demanda podría hacer bajar los precios de la vivienda de gama media-baja, que necesitarán ajustarse a un mercado deprimido por el menor circulante que impone la inflación y el Euríbor en subida. Y eso si no se cae en una recesión siempre amenazante, que cambiaría aún mas el mercado inmobiliario.

Los españoles saben, lo reconozcan o no, que estas vacaciones, que se prometían felices y consumistas por la finalización de las restricciones Covid, van a tener un regusto amargo marcado por la preocupación de lo que llegará en septiembre y por la necesidad de ahorrar. Las empresas, cuyos resultados dependen mucho en nuestro país del consumo, ya están previendo acciones para ajustar sus gastos y sobrevivir. Todos sabemos que la vuelta del verano será diferente, con la alimentación disparada y el ocio bajo mínimos.

¿Todos?… no, un pequeño grupo de empresas en sectores cruciales, energéticos y de la distribución, cuyos nombres todos conocemos, viven en un mundo de grandes beneficios a costa del pobre pollo de a pie al que mantienen en su corralito particular. Y como parece que están por encima de la Justicia, la moral y el futuro de España,  el Gobierno debiera tomar las necesarias medidas, pero no se atreve a intervenir precios y beneficios para reducir las facturas, contentándose con bajar impuestos necesarios sin conseguir nada más que reducir los ingresos del Estado.  Se equivoca, porque todos, salvo los del no sempiterno y caravinagre, que hablarían de comunistas, inseguridad jurídica y Venezuelas, lo veríamos bien.

Y así, sin ninguna empatía con la ciudadanía que lo está pasando mal, ni con la situación general del país, los Iberdrolas, Repsoles y otros parientes buitres del Ibex, causantes en parte de la inflación, van a seguir manteniendo su posición dominante y sueldos astronómicos a costa de la estabilidad y los sufrimientos del país. Que la patria deja de serlo y tengo otras, cuando está en juego el dividendo.

Periodista económico

Eduardo Lizarraga

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