Acabando ya el mes de enero, la situación económica en España es mucho mejor de la prevista hace unos meses, con una inflación contenida y la más baja de Europa, con un 5,6%; un mercado laboral que continúa creciendo, aunque sea levemente; el precio de la luz, con 128,62 euros MWh también el más bajo de Europa y como aspectos preocupantes unos precios en la alimentación enloquecidos y un euríbor que continúa subiendo al ritmo que le marca Lagarde.
Son estos costes descontrolados los que preocupan y vacían los bolsillos de los españoles, llenando de incertidumbre todos los hogares. Después de unos tibios amagos de contención, el euríbor ha vuelto a subir otras 10 milésimas, llegando ya al 3,363%, a poca distancia de superar su máximo anual y con la vista fija en el 3,5%. Con este euríbor, una hipoteca de 150.000 euros a 25 años con un diferencial de 1%, pasará de pagar 482 euros a 829; es decir, un incremento de 347 euros al mes. Y esto es una auténtica salvajada, que está echando atrás a muchas familias de sus posibilidades e intenciones de adquirir vivienda, debiendo mantener su situación actual o volver su mirada al mercado del alquiler, caro, escaso e inseguro.
Hace algo más de un mes, en concreto el pasado 15 de diciembre, el BCE subió los tipos un 0,5% llevándolo hasta el 2,5% actual y amenazando Christine Lagarde que continuaría con las subidas hasta que la inflación no se controlara. El panorama del 3,5% parece sombríamente cercano.
Sin embargo, la caída de la inflación en Europa durante dos meses seguidos podría moderar este incremento del precio del dinero nunca visto en el tiempo, dando un respiro a la economía de la zona euro y, por supuesto, a los hipotecados. Se podrían dar las subidas del 0,5% en febrero y marzo, pero la moderación comienza a tomar forma.
Son gobernadores de los bancos centrales, alarmados por las palabras de Lagarde en Davos, amenazando con fuertes subidas para controlar la inflación, los que comienzan a hablar de estos menores incrementos a los tipos de interés, empujados por el frenazo económico y la recesión europea que ya parece un hecho.
Lo cierto es que los datos de inflación de diciembre van confirmando una moderación de los precios, lograda por las fuertes subidas de los tipos de interés del BCE. Pero a la vez se está ralentizando también el crecimiento, que de seguir así terminará por afectar al mercado de trabajo en la zona euro; y esto no lo quiere nadie.
El IPC interanual de la eurozona cayó nueve décimas en diciembre, hasta el 9,2%, lo que en comparación con el 10,1% registrado un mes antes refleja con claridad un menor crecimiento del IPC en Francia, Alemania, Italia y España, con España a la cabeza de la disminución, con un 5,6%. A continuación, Luxemburgo con un 6,2%, Francia (6,7%), Malta (7,3%), Grecia y Chipre (7,6%) e Irlanda (8,2%). En el lado contrario de la tabla, en Lituania, la inflación alcanzó el 20% y en Letonia, el 22%. Solo Estonia consigue entre los tres países bálticos bajar del umbral del 20% (17,5%).
Hay que tener claro que la recesión, si se produce en Europa, será muy leve y ello no es del todo bueno porque, con un mercado laboral fuerte, no disminuirá la demanda y por lo tanto la inflación podría seguir siendo elevada y extenderse en el tiempo. La situación es algo más compleja para poder resolverla sólo tocando los precios de los intereses, con unos costes energéticos que no están del todo controlados y una inflación fuera de todo margen en los alimentos procesados, el alcohol y el tabaco, con un incremento del 13,8% frente al 13,6% registrado en noviembre. El encarecimiento de los alimentos no elaborados se situó en el 12,0% frente al 13,8% del mes anterior.
Vemos, por lo tanto, unos ejes principales -y no sólo el precio del dinero- sobre los que girará la inflación y su intensidad y extensión en el tiempo: el efecto de las subidas de tipos de interés, los precios en el mercado energético y el de los alimentos, la reacción de la demanda y lo que ocurra con los salarios y la tasa subyacente.
Para la mayoría de las fuentes de información económica parece claro que los problemas se concentran en el 2023, con una recuperación total del consumo y la inversión en el 2024. Aunque como siempre sucede no están todos los cabos atados y existen factores que pueden dar al traste con este horizonte. Entre ellos una meteorología más dura el próximo invierno y un cambio, en cualquier sentido, en la guerra de Ucrania.
Las grandes economías mundiales, China, Estados Unidos y la UE están ralentizando su crecimiento de forma simultánea. Según las previsiones del FMI, el crecimiento mundial se frenará al menos al 2,7% en 2023, cuando en 2021 fue del 6% y del 3,2% el año pasado.
Comparados con China y Estados Unidos, será Europa la que se lleve la peor parte en la desaceleración económica, sobre todo porque es la más afectada por la crisis energética, con un precio del gas que se ha multiplicado por cuatro desde 2021 y que está afectando a muchos países, con Alemania e Italia en riesgo de recesión y un invierno del 2023 que seguirá siendo problemático.
Nuestro país no sólo va a sortear la mala situación económica, sino que liderará el crecimiento de la eurozona en 2023, como ya lo ha hecho en 2022. Y lo aseguran todas las previsiones, desde las más optimistas del Gobierno que estiman un crecimiento del PIB de un 2,1%, multiplicando por cuatro la del conjunto de la eurozona, a la del Banco de España que lo baja al 1,3%. En todo caso, por encima del punto de creación de empleo.
Desde mi punto de vista la mayor incertidumbre a la que nos enfrentamos se ha originado esta última semana, cuando los países occidentales, presionados por Estados Unidos, que tiene mucho que ganar, han cedido a las peticiones del líder ucranio Zelensky y le van a proporcionar las armas pesadas que pide, entre ellos tanques Leopard, a los que se sumarán los M 1 Abrams norteamericanos y los Challenger 2 de Reino Unido.
No serán muchos, se habla de lo equivalente a una brigada en total, es decir entre 150 y 190 tanques, de última tecnología, pero que podrían cambiar el curso de una guerra que está inclinándose del lado de Putin estas últimas semanas. En su contra, la heterogeneidad del conjunto y la falta de tripulaciones ucranianas preparadas para este tipo de carros de combate, muy diferentes a los soviéticos T72, que son a los que están acostumbrados. Entre el envío y el adiestramiento no parece posible que estén en orden de combate hasta después del verano.
Putin lo sabe y deberá hacer todos los esfuerzos posibles para acabar la guerra antes de que suceda. Tras este anuncio de la OTAN, no parece probable que se llegue a un entendimiento de las partes, lo que parece indicar un recrudecimiento de las operaciones militares rusas en cuanto llegue la primavera, para lo que ya empezarán a posicionarse. Y Putin pondrá, no lo dudemos, toda la carne en el asador, preparando a su ejército para enfrentarse a esta nueva tecnología ausente hasta ahora en las operaciones militares, culpando, además, a la OTAN de la escalada del conflicto.
La jugada está hecha y es el todo o nada. La posibilidad de una negociación se aleja y tal vez debieran haberse hecho más esfuerzos en este sentido. La factura la va a pagar Europa, ya lo está haciendo, con una economía algo maltrecha que podría empeorar. Estados Unidos va a salir muy beneficiado, como siempre ha sucedido con los conflictos en suelo europeo y China, que no pasa por su mejor momento de crecimiento económico, continúa agazapada esperando.
Esta situación es la peor variable posible en una economía europea que, en contra de lo previsto, estaba mejorando al superar el coste inicial del conflicto. Los líderes europeos lo saben y también la factura que puede suponer un imprevisible incremento de la guerra y una posible deslocalización del conflicto. Pero la presión de Zelensky, apoyado por Estados Unidos en contra de su tradicional enemigo, ha podido más que la prudencia y las ganas de paz. El si volem pacem para bellum es una gran mentira argumentada por los fabricantes de armas; los ciudadanos europeos somos finalmente los que estamos pagando la guerra y su coste puede incrementarse y mucho si nuestros dirigentes se equivocan. Pero, aunque nadie nos lo esté diciendo, somos ya mayorcitos para saberlo.
Eduardo Lizarraga
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