La construcción de vivienda en España atraviesa uno de sus momentos más delicados justo cuando más falta hace. En un contexto de alta demanda, precios tensionados y una población en crecimiento, la obra finalizada ha sufrido un descenso notable respecto al año anterior. Los datos del Observatorio de Vivienda y Suelo, dependiente del Ministerio de Vivienda y Agenda Urbana, muestran que en el primer trimestre de 2025 solo se han certificado 20.674 inmuebles con obra terminada, un 11,4% menos que en el mismo periodo de 2024, alcanzando su nivel más bajo en tres años. La cifra total de viviendas finalizadas, tanto protegidas como de mercado libre, también cae un 7,4% hasta 21.139 unidades. La brecha entre la demanda y la oferta no hace más que ampliarse, agravando una crisis de acceso a la vivienda que se ha convertido ya en un problema estructural del mercado español.
Las causas del descenso de la obra finalizada
Las razones de este retroceso son diversas, pero confluyen en un mismo punto: el encarecimiento de los costes de construcción, la escasez de mano de obra cualificada y la burocracia urbanística que retrasa los proyectos. Las empresas promotoras mantienen su actividad, pero los plazos se dilatan. La dificultad para encontrar profesionales, la subida de los materiales y la lentitud de las licencias están paralizando la entrega de nuevas viviendas. Desde el sector se reconoce que “la inversión sigue viva, pero el producto no llega al mercado con la rapidez necesaria”. De hecho, aunque el presupuesto de ejecución de obra nueva creció un 18% interanual hasta los 4.881 millones de euros, este aumento no se traduce en viviendas habitables. La consecuencia es clara: hay mucho dinero comprometido, pero poca vivienda terminada.
La población está incrementándose por encima de lo previsto
Esta contracción de la oferta llega en un momento de máximo crecimiento demográfico. España cuenta hoy con más población que nunca, impulsada por la inmigración, la movilidad laboral y los cambios en los modelos familiares. El número de hogares sigue aumentando, lo que dispara la demanda residencial en todo el país. Sin embargo, la construcción no acompaña ese ritmo. En las grandes áreas metropolitanas como Madrid, Barcelona, Málaga o Valencia, la escasez de suelo finalista y los elevados costes financieros ralentizan los nuevos desarrollos. A ello se suma la incertidumbre regulatoria en materia de alquiler y vivienda protegida, que frena la inversión de promotores y fondos. El resultado es un mercado saturado en la demanda y limitado en la oferta, una combinación que inevitablemente empuja los precios hacia arriba.
La presión de la demanda sobre los precios
La presión sobre los precios es ya insostenible. Según el Ministerio de Vivienda, el precio medio de la vivienda libre en España alcanzó los 2.033 euros por metro cuadrado en el primer trimestre de 2025, un 9% más que el año anterior y el nivel más alto desde que existen registros. La vivienda usada se encarece incluso más que la nueva, impulsada por la escasez de obra finalizada. En consecuencia, el esfuerzo económico de los hogares para adquirir vivienda se ha disparado: hoy se necesitan 7,3 años de renta bruta para comprar una casa, cifra similar a la de 2007, justo antes del estallido de la burbuja. Este contexto limita la capacidad de acceso a la vivienda, especialmente entre los jóvenes, y relega a amplias capas de la población al mercado del alquiler, donde los precios también se encuentran tensionados. La falta de oferta genera además un efecto en cadena sobre la economía. Al reducirse la disponibilidad de vivienda, la movilidad laboral se ve afectada y sectores dependientes del inmobiliario —como la construcción, los materiales, la energía o los servicios— pierden dinamismo. El círculo vicioso se retroalimenta: la escasez encarece, el encarecimiento frena, y el freno reduce la oferta.