Nadie puede negar que somos un país de extremos, que oscila de un lado a otro como ese maldito péndulo, que cuando sube mucho de un lado, al tiempo sube lo mismo del otro. Hace unos veinte años estábamos ya inmersos en un proceso inmobiliario que desembocaría en una crisis nunca antes vista.
Hace veinte años estábamos entrando en una crisis inmobiliaria
Durante aquello años de locura, el parque de viviendas español se incrementó en 5,75 millones de casas y su valor, desde el año 98, se elevó en más de un 190%. Construíamos más que Francia, Alemania y Reino Unido juntos. “Afán constructor” decía una conocida promotora de la época en su publicidad. Todos habían perdido la perspectiva de que la vivienda no es un bien de consumo sino un derecho de primera necesidad. Y de que todo lo que sube, como ese péndulo maldito, un día baja. Y lo hizo depreciando el valor de la vivienda hasta en un 55%.
A diferencia de entonces, ahora no construimos tanto, apenas 120.000 viviendas al año, aunque necesitamos muchas más. Ya se alzan muchas voces para liberar suelos, eliminar tasas burocráticas, construir más para que la vivienda baje de precio… porque en eso, si que estamos como en aquellos no tan lejanos años. El precio de la vivienda sube y vuelve a subir y es que, como entonces, de la vaca lechera que es la vivienda, todo el mundo saca tajada y eso repercute en el precio final.
Un cambio en la Ley de Suelo propició el desastre
Los veinte años pasados debieran darnos ya una justa perspectiva que impidiera caer en los mismos errores, pero cada día que pasa me da más la risa. Todo comenzó cuando en 1998 ese banquero de pega, que ahora vive en la cárcel de Soto del Real, Rodrigo Rato, tuvo la luminosa idea de liberalizar el suelo y cambiar la Ley de 1990, impulsada por el PSOE, que había conseguido un nulo incremento de precios e incluso un descenso de la inflación inmobiliaria durante la crisis de 1992 y eso interesaba poco a los necesitados de beneficio, aunque fuera sobre el papel.
El Ejecutivo de Aznar plasmó en la Ley del Suelo de 1998 la idea del que luego sería director del FMI y presidente de Bankia. A partir de ese momento, no sólo se comenzó a fraguar la inmensa burbuja inmobiliaria cuyas consecuencias hemos pagado, pagamos y pagaremos durante mucho tiempo aún, – la situación actual es hija de aquella crisis- sino que además se incorporó a nuestro acervo político el corrupto organigrama de políticos, terratenientes, bancos y constructoras, que ya pugna por aparecer de nuevo, aunque con complementos desconocidos en la época.
La ley de Rato, lejos de bajar el precio de la vivienda, como mantenían que sucedería, comenzó a subirlo de forma exponencial en una escalada sin parangón. Y es que otorgó un poder muy amplio a Ayuntamientos y Comunidades Autónomas para decidir qué suelos eran recalificables y urbanizables y cuáles no. Y con ese poder llegó la corrupción, de la mano y maletines de terratenientes, promotores y constructores, que daban más pelotazos, que en todos los partidos de la liga de fútbol.
Dinero a raudales, pero traído del futuro
Pero Aznar y sus groupies estaban encantados con los resultados de la idea de Rato. Se generaban más empleo y riqueza que nunca, la prosperidad alcanzaba a la mayoría y traíamos dinero del futuro a carretones, para repartirlo de manera proporcional, guardando un orden; “Paquí Pallá, Paquí Pallá… El milagro económico español estaba en boca de todos y ello les permitió codearse con lo más florido del mundo económico internacional. Hasta se llevó al genial padre de la idea a presidir el FMI, donde nos dejó como un cochero.
Y quien más, quien menos, todos nos aprestamos a sacar tajada del inmenso negocio que acababa de inaugurarse. Y comenzó a generarse una inmensa deuda privada al amparo de políticas gubernamentales, que apoyaban la inversión en vivienda con desgravaciones y acallaban por antiespañol cualquier mensaje alarmista. Y en esa locura común, el sector de la construcción creció a un ritmo del 5% anual, fabricando pisos como rosquillas en verbena, pisos que alimentaron un sentimiento especulativo en la población, que se endeudaba con viviendas infladas de precio, porque en el futuro cercano valdrían aún más.
Y en la locura, todos ordeñaban la vaca, sin mirar su estado de salud.
Los ayuntamientos obteniendo pingües beneficios con las constantes recalificaciones y con la plusvalía municipal, sobre unos suelos que no dejaban de encarecerse, pelotazos y especulaciones aparte.
Los bancos, que fabrican dinero, dando créditos por encima del precio de las casas, amañando las tasaciones para prestar más, dando el 100% del precio de los inmuebles, más los gastos, más el Cayenne. Incorporando a los contratos cláusulas abusivas, obligando al comprador a que pagara los gastos, dándole más dinero para ello. Todo valía con tal de obtener las mejores cifras, más hipotecas, más beneficios, más crecimiento; todo era más. Y en un efecto perverso, pero de manual de macro economía, con tanto dinero en la calle los precios se disparaban día a día…y a más dinero, todo más caro.
Los constructores y promotores, bien endeudados con los bancos, que les ponían alfombra roja cuando llegaban a la sucursal, más grande cuanto más debían, levantaron bloques de viviendas en los patatales más insospechados, sin infraestructuras ni tejido social o laboral a su alrededor…total, todo se vendía. Y al mes siguiente en lugar de hacer una promoción hacían dos y engrasaban al que se pusiera a tiro de maletín para disponer de más terreno.
Y también los particulares, enlazando la venta de un piso, por mucho más de lo que les había costado, con la hipoteca para otro que duplicaba el precio del anterior y si podía ser dúplex o chalecito en las afueras, mejor. Había dinero en abundancia, llegaba desde los mercados alemán e inglés, que veían en España un país con altas rentabilidades para los inversores.
El sector de la construcción fue el paradigma de la situación. Empleo al 100%, salarios en la mano de obra especializada superiores a los de médicos e ingenieros, se juntaba una obra con otra y tiro porque me toca. Las constructoras, apalancadas, creaban mundos financieros ficticios, cuyos ceros no entraban en la página de un periódico. El ladrillo tenía más glamour que un Luis Roederer Brut Cristal del 96 al amanecer. Todos engordaban sus arcas a costa de la vaca y derrochaban en consecuencia…yates, helicópteros, aviones…
Y un día todo se fue al traste
Pero un día, después de nuestras últimas grandes vacaciones, allá por el 2007, todo se empezó a parar. La crisis llegó desde Estados Unidos y el frenazo aún chirría. La vaca, exhausta, dejó de dar.
Antes, había llegado una nueva Ley del Suelo, la de Zapatero en 2007, que volvió a restringir el suelo urbanizable para evitar los pelotazos. Pero llegó tarde. El daño ya estaba hecho e íbamos a pagar sus consecuencias. Sobre todo, aquellos que se quedaron a ganar “el último duro” y los que se ataron a una casa cuya hipoteca duplicaba o triplicaba su precio real.
Pasamos de construir 650.000 viviendas en 2008 a poco más de 120.000 el pasado año. En el intermedio centenares, miles de constructoras y promotoras, esas que ahora nos harían falta junto a sus trabajadores, desaparecieron barridas por la crisis y sus pisos y promociones pesaron en los libros contables de los bancos, hasta que bandadas de buitres se hicieron con ellos a precio de saldo. Eso cuando no terminaron en la Sareb, no costando ni un euro de dinero público a los españoles. Las Cajas de Ahorro, gestionadas por políticos y arribistas de toda laya, pasaron a la historia en su mayoría, siendo vendidas a los bancos al precio de un euro, eso sí, bien saneadas con dinero público.
Millones de españoles pagaron con su ruina los lujos de unos pocos
Y el españolito de a pie, ese López Vázquez que un día se creyó rico, porque tenía un apartamento en la costa y un piso con muchos ceros, vio como su patrimonio duramente trabajado, se reducía a la mitad, al igual que su sueldo y perspectivas, malvendiendo su apartamento en Torrevieja, que ahora vuelve a valer un Congo y lo tiene un alemán, para conservar su casa. Eso en el mejor de los casos, porque también más de 700.000 familias españolas, inmersas en una crisis laboral que alcanzó el 26,4% con Rajoy, se vieron desahuciadas y despojadas de su sueño de cuatro paredes, por una situación en la que sólo fueron víctimas necesarias.
Y una década después, ¿Dónde ha ido a parar el dinero perdido por los españoles? ¿Tienen nombre los culpables de la ruina del país y sus familias? ¿Quiénes se enriquecieron a costa de los demás? ¿Cuánto valían en realidad las viviendas que pagamos a 100? ¿Qué pasó con las Cajas de Ahorro y las indemnizaciones millonarias a sus directivos? ¿Y con el rescate? ¿Y con Bankia? ¿Y con el Popular? ¿Y si la vaca inmobiliaria, esa que tanto ordeñaron y quieren resucitar ahora, no debiera servir más que para hacer starlux?
La liberalización siempre genera problemas a largo plazo
En un momento en que se necesita construir vivienda para paliar el déficit, aunque pienso que también deberíamos esforzarnos en movilizar la vivienda vacía, que es bastante, las promotoras tardan ahora el doble en construir una vivienda que hace dos décadas, pasando de un promedio de 15 a 18 meses a más de tres años desde la obtención de la licencia hasta la entrega al comprador. Este retraso responde a una combinación de factores estructurales y estrategias empresariales, lo que agrava la crisis habitacional en un mercado ya tensionado.
Entre ellas, salvando las estrategias financieras de las promotoras/constructoras, son cuatro las que se escuchan en boca de todos: escasez de suelo, trabas burocráticas, escasez de mano de obra y coste de los materiales. Y de todas ellas son las dos primeras, muy ligadas, entre sí, pues, sin duda, hay escasez de suelo debido en gran parte a la burocracia, las que levantan más voces de indignación para que se solucionen con una decidida vuelta a un mercado muy liberalizado en aras de esas viviendas que necesitamos. La gran mayoría son voces que hablan desde su interés económico y empresarial y aunque vayan vestidas de un conocimiento inmobiliario, son poco creíbles por la subjetividad que traspiran, esperando hacer dinero y retirarse antes de ganar el último euro.
Y en esta discusión se encuentran PP/PSOE con diferentes propuestas de Ley de Suelo y un mercado más controlado o libre. Y me preocupan la gran cantidad de pseudo artículos e intervenciones en redes sociales de personas del sector inmobiliario, con sus intereses, que piden, ya casi exigen, con la excusa de la pobre gente que necesita vivienda, – como si no estuvieran de nuevo dispuestos a sacrificarlos como antaño- una liberalización del suelo y eliminación de las trabas burocráticas; justo lo que teníamos hace dos décadas.
Aprender de lo vivido y cuidado con soltar las riendas
No parece que sea posible repetir una crisis de similares características; nos falta la gasolina de las Cajas de Ahorro, hoy desaparecidas y la capacidad de construcción, lo que es un problema, también perdida. La estructura corrupta y corrompible vive con nosotros, lista para aprovechar una mínima oportunidad en cualquier momento. Es cierto que tenemos unos precios de la vivienda desbocados, pero su causa es la limitada oferta y no el río de dinero que llegó del futuro en forma de créditos bancarios. Lo más lógico parece que el precio enloquecido termine por controlar la demanda, pero dejará muchos damnificados en el camino.
Es cierto que se necesitan acciones rápidas para encontrar vivienda a los centenares de miles de españoles que la necesitan. Vivienda que ya está construida, mucha en desuso o cerrada y a veces con otros formatos. Y también una mesa de la vivienda, con todas las administraciones implicadas, para analizar lo que se necesita edificar y dónde, sin caer en la especulación ni en el todo vale. Es ese Plan Nacional de Vivienda, respaldado por un Pacto de Estado, del que ya nadie habla pero que sigue siendo necesario. Aunque con tanto dinero por medio, tantos intereses encontrados y tan diferentes ideologías va a hacer falta una mejor clase política de la que padecemos para lograrlo.

Eduardo Lizarraga
WWW.AQUIMICASA.NET
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